Hoy, 23 de febrero, he vivido una experiencia
marcante. Me he aventurado a decir la misa en lengua local, “mende”.
Voy a intentar contar algo de lo que ha pasado al
mismo tiempo que recuerdo otras experiencias anteriores en el mismo
terreno.
La primera experiencia que tuve con una lengua local
fue en el norte del Benín, el baribá. Aquello era algo muy complicado, pues lo
primero con lo que te encuentras es con una lengua que tiene tonos y eso es algo
a lo que no estás acostumbrado y llegar a acostumbrar el oído a la nueva
situación requiere lo primero tiempo, después paciencia y luego
perseverancia.
Creo que logré reunir las tres cosas y aún hoy guardo
la buena experiencia de ser capaz de expresarme en esa lengua y no sólo para
rezar, sino en la vida ordinaria de cada día. Ahora mismo me viene al
pensamiento un encuentro que tuve con un joven que estaba en la cárcel y que
tenía un mono de soledad imposible de imaginar a quien no ha visitado estos
lugares. No hablaba una palabra de francés y no había ido a la escuela. Pero
hablando con él, no más de cinco minutos, me dijo estas palabras: “como tú me
has hablado, nunca nadie en mi vida me ha hablado, ni mi padre…” Escuchar algo
así te hace dar mucho valor al esfuerzo que haces por aprender una lengua que,
por cierto, aún recuerdo con agrado.
En cuanto a la primera misa en mokolé, lo tengo aún muy presente,
pues estaba en Thuy, un pueblo al norte de Kandi y había unas treinta personas.
Hacía tiempo que rezaba con ellos en su lengua y conocía las oraciones, pero la
misa no la había dicho porque no había bautizados. Un día Marie, la mujer que
siempre me acompañaba a los pueblos, bautizada cuando había estudiado en las
monjas, me dijo que quería que le dijera una misa por alguien que había muerto
y… se me ocurrió hacerlo en su pueblo…
La ocasión estaba y el momento era propicio, pero me
quedaba el prepararme y hacer que las cosas marcharan, algo que intenté con
todas mis fuerzas; pero el trance y el momento los tienes que pasar tú y, solo
ante el peligro, allí te encuentras con que tienes que leer, que no dominas el
texto, que te falta el aliento, que no controlas la respiración, que el calor es
agobiante, que estás sudando y sientes que la ropa se te pega al cuerpo, que la
concentración que la lectura te pide es grande y alguna cosa más que es difícil
de definir, pero que todo ello concurre a que te sientas agobiado y sin aliento,
bañado en sudor y con un cansancio enorme debido al esfuerzo extraordinario que
estás haciendo para controlar la situación.
Sí conservo la agradable sensación de aquel día, pues
al acabar la misa, varios críos pequeños me vinieron a saludar y estuvieron un
buen rato conmigo, como viviendo la sensación de que alguien había hablado en su
lengua y ellos se sentían cercanos por tal circunstancia.
En “moba”, lengua que se habla en el norte de Togo,
tuve la suerte de que al llegar, me
encontré en casa un seminarista
de la parroquia, (creo que era miércoles por la tarde), nos pusimos manos a la
obra y el domingo me presenté en un pueblo y leí la misa en moba. Recuerdo el
comentario que hizo un maestro, cómo tenía vergüenza de ver que alguien que
acababa de llegar era capaz de leer en su lengua y él no sabía leer. Le dije que
a él le costaría menos aprender a leer que lo que me había costado a mí y al
final, acabó aprendiendo a leer en su lengua. Y es que en esa zona, hay tantas
lenguas locales que los críos van a la escuela y les enseñan francés
directamente, cosa que no deja de ser un buen disparate, pero así se hacen las
cosas.
Hoy, había decidido lanzarme a la aventura, pues el
tiempo se iba pasando y no encontraba el momento adecuado para hacerlo. Fui al
pueblo del catequista, intenté grabar los textos, pero se presentaron mayores
dificultades de las esperadas, lo que me hizo dedicar tiempo a leer
repetidamente con él y saber que lo que habíamos comenzado el lunes, el domingo
podía ser una realidad, pues a cada vez que me encontraba con el catequista,
seguía después una sesión de trabajo a solas, en casa, aún sin tener las
grabaciones.
El mende es una lengua que no es que sea fácil, pues
por lo que voy viendo de gramática, tiene sus particularidades, pero por lo
menos no tiene tonos, algo que facilita mucho las cosas a la hora de leer; y las
complicaciones que puede tener de letras nuevas, para mí ya no lo son, pues ya
las he encontrado en las lenguas con las que he trabajado
anteriormente.
Consciente de la situación, de la dificultad y de que
el trago hay que decidirse y pasarlo, durante toda la semana le he dedicado
tiempo a la lectura y ayer sábado de una manera especial para darme cuenta de lo
que me podía encontrar hoy.
Esta mañana, decidido a pasar el Rubicón, me presenté
en Tikonko, nuestro pueblo de referencia y allí estaba el catequista, que había
venido desde su pueblo a pie, como otras veces, pero hoy de una forma especial
para ver lo que salía del trabajo que juntos habíamos realizado.
Comencé la misa y la gente estaba sorprendida, pues no
se esperaban que lo hiciera en su lengua. A medida que la cosa iba avanzando, yo
iba encontrando mayores dificultades en la lectura, pero ellos trataban de
ayudarme y veía que sus respuestas eran firmes y seguras, lo que a mí me daba
también seguridad.
Hubo alguna que otra duda y traspiés, pero el hecho de
no ser la primera vez que pasas por el trance te da también una seguridad y
aplomo que te permiten seguir adelante aunque te cueste.
Al final de la misa, les pedí disculpas por los fallos
cometidos y les di las gracias por su paciencia. Se sintieron complacidos y
acabaron aplaudiendo, para animarme en el trabajo de la lengua. Se lo agradecí
al mismo tiempo que me preparaba para la
siguiente misa, pues la hora se echaba encima y teníamos que ir al pueblo
siguiente.
En Gbalehum, las cosas son diferentes que en Tikonko.
Aquí la comunidad se compone de unos pocos adultos y una multitud de críos que
van a la escuela y por eso vienen a la misa el domingo.
La experiencia fue más o menos lo mismo que en el
pueblo anterior, pero las respuestas no eran tan firmes, pues los críos no las
saben aún. Hace poco tiempo que vamos y lo hacemos cada dos semanas; pero una
cosa que me resultó interesante fue también el hecho de que varios niños
pequeños se presentaron a mi lado y estuvieron muy cariñosos. Recordé la
experiencia vivida con el mokolé y me pareció lo mismo. Ellos eran conscientes
del esfuerzo que hacía para hablar su lengua y se sentían cercanos, al menos es
lo que me pareció sentir.
Al final de la misa la gente estaba contenta. Nos
ofrecieron un plato de arroz y un poco de carne de pollo. Me resultó agradable,
a pesar de estar empapado en sudor y de haber sentido la sensación de agobio por
la que tienes que pasar cada vez que empiezas con una nueva lengua, pero el
hecho de decir “esta ya la he pasado” y a ver qué nos depara la siguiente, me
hacía sentirme bien en mi piel.
En casa, después de un rato de reposo, me dediqué a
leer y leer de nuevo la misa. Por una parte la conciencia de lo que me falta por
aprender me hace dedicarle tiempo y por otra, saber que aprender la lengua es el
mejor servicio que puedes prestar a esta gente, me anima en el esfuerzo que
tengo por delante, al mismo tiempo que le doy gracias a Dios porque me permite
vivir tales situaciones, con estas personas tan especiales que son la gente de
los pueblos.