Me levanto temprano, pues tengo que ir a decir la misa a
Nagoyon, pero debo descargar antes los víveres en la escuela de Balei para la
comida del jueves. La noche la he pasado bastante bien. He logrado dormir y
estoy en una cierta buena forma, dentro de las posibilidades.
En el camino tengo mis dificultades con la niebla que es
abundante y con los cristales del vehículo que se empañan por fuera y por
dentro y que me hacen tardar más de lo que pensaba, por lo que llego justo de
tiempo. Los maestros me ayudan a descargar lo que llevo en la escuela y acto
seguido vamos a la misa, que hoy está concurrida. Le digo al catequista que
cuente los presentes y me da setenta y cinco… Un martes, a las seis de la
mañana… Más gente que en la parroquia… Por lo que doy gracias a Dios.
El camino de vuelta a Bo es con mucha gente, algunos que
vienen al hospital, otros aprovechan el viaje y tres alumnos de la escuela que me
ayudarán a cargar los anacardos que llevaremos de vuelta a la escuela.
En el camino me paro en la oficina de los ong que sigo hace
tiempo, y todavía no están presentes los que me pueden atender. Lo mismo me
pasa cuando llego para la cuestión de los árboles: antes de las nueve no se
mueve nadie. Me voy al hospital, dejo a la gente y vuelvo a la oficina de
agricultura donde encuentro quien me recibe amablemente e incluso me presenta
al jefe, quien después de escuchar lo que le dice que hago plantando árboles,
me da las gracias por lo que hago. Yo aprovecho para agradecerle el que pueda
encontrar los árboles para plantar, pues en otros sitios he sido yo quien ha
tenido que hacer el trabajo y ellos me lo dan hecho y eso es de agradecer. Creo
que está sorprendido por la respuesta, pero contento de que también les
reconozca el trabajo que hacen.
Después bajamos a la lucha por los arbolitos. Primero
llevar a quien me va a permitir entrar en el vivero, que está de ayuno y me
pide que le dé algo. Luego los que están allí que quieren también ver qué les
voy a dar. Todos los presentes que miran cómo el blanco ha llegado con tres
alumnos de escuela con uniforme y cómo están cargando pacientemente los
árboles. Les sorprende verme ordenando precisamente los arbolitos en la caja de
la furgoneta y ver que trabajo como cualquier otro. Nos lleva casi una hora el
trabajo y al final hay casi quinientos anacardos que irán a la escuela para ser
distribuidos y plantados por alumnos y padres de alumnos.
Al final todos esperan que les dé alguna cosa y, como por
arte de magia, salen las galletas maría que llegaron en el contenedor, que
tenía en la mochila, preparadas para los alumnos que me ayudan a cargar. Se las
doy a los del vivero y están encantados; pero tengo que volver a casa, pues se
me han acabado las que tenía y no me quedan para los alumnos. También es un
alivio, pues me permite un momento de descanso y tomar las pastillas del
paludismo que estoy a punto de acabar.
El viaje a la escuela es sin novedad. La descarga rápida,
pues ya lo han hecho otra vez y tienen la experiencia de cómo hacerlo. Todos
están contentos y hay ambiente de alegría en los alumnos. Se les ve motivados y
con ganas de plantar los árboles.
La hora se me ha echado encima, pero aprovecho para pasar
por la ong y ahora sí he podido ver a alguien que conozco y me ha prometido que
el jueves podré encontrarme con el jefe, que está muy raramente en su despacho.
Cuando vengo a comer es tarde y estoy cansado, pero muy
contento del trabajo de la mañana y en cuanto acabo la comida me echo un rato
la siesta para reponer fuerzas. Se ve que el paludismo está presente, pero
aparte de sudar, no hay muchos más efectos, lo que me anima a volver otra vez a
la escuela y al catecismo que tienen por la tarde.
Estaba también dispuesto a dar una charla a los jóvenes del
pueblo, pues no han participado en la sensibilización que he hecho a los otros
y no quiero que se queden fuera, pero me han dicho que no han tenido tiempo de
avisar a todos y que es mejor la semana que viene, con lo que vuelvo a casa lo
antes posible y trato de no forzar las cosas, pues el paludismo sigue presente
y la debilidad se nota.
Después de cenar leo un momento las noticas en internet y
me acuesto, que el cansancio se deja sentir, pero la sensación es muy agradable
el haber podido pasar un paludismo de pie y trabajar a buen ritmo durante todo
el día. Creo que es una gracia de Dios el que haya podido pasar el paludismo
así, pues me ha permitido hacer todo lo que tenía previsto sin causar
contratiempos a las personas que contaban conmigo.
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