Salgo
de estampida hacia Nagoyon. Quiero volver a tiempo para la misa en Madonna y el
camino es largo. Llevo la comida de los obreros de la semana y la descargo
antes de comenzar la oración. A pesar de lo temprano la gente está presente y
les hablo de lo que nos habla el Génesis que acabamos de comenzar, ser una
bendición para los demás, que es lo más positivo que podemos desear.
La
vuelta es rápida a pesar de los baches y logro estar a la hora en la segunda
misa. Al acabar estoy cansado, pero satisfecho de lo que he hecho, estar en dos
comunidades para compartir con ellos la fe en la oración.
La
mañana está llena de pequeñas cosas, desde el fontanero y el jardinero a
quienes indico que planten arbustos, a uno que sabe algo de ordenadores y
escoge unos cuantos de los que llegaron en el contenedor para llevar al
“college” para poner a disposición de los estudiantes.
Los profes están fuera
de sí de contentos por las carcasas que reciben, pero donde no hay otra cosa,
lo que llega es bueno.
Después
de comer y una buena siesta, pues sigo notando los efectos del paludismo, voy a
ver al mecánico. La lucha por tener la pieza del camión no es poquita cosa,
pues con el camión puedes reunir mucha arena ahora que llueve, pero aún seguimos
esperando.
Voy
a ver el catecismo a Nagoyon y les llevo para la coral lo que he grabado de
cantos en gregoriano y se lo graban en el teléfono. Están entusiasmados, pero
ven la dificultad de comenzar un nuevo idioma.
Las
obras están a la espera del camión para traer arena y del carpintero que vendrá
de donde vinieron los albañiles. Los ayudantes van a su campo a trabajar y los
albañiles descansan.
En
casa tenemos luz y algunas gotas de agua intermitentes.
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