Por la noche estuvimos sin luz, pero los relámpagos
iluminaban la oscuridad y la lluvia cayó abundante, lo que hizo que no hubiera
mucha gente para la misa por la mañana, que también estuvo acompañada por la lluvia
abundante.
Después de desayunas hablo un momento con Joseph y
decidimos ir juntos a ver al obispo, pues tiene asuntos que tratar y yo tengo
unos papeles de terrenos en los pueblos para firmar, pero cuando acaba la
lluvia voy a visitar a un grupo de gente joven que han formado una asociación y
trabajan en el campo. Me han invitado con interés, que les venga a ver y lo
hago con gusto. Veo los trabajos que están haciendo en el campo y saludo al
grupo que se ha reunido. Me parece que tienen interés en que les ayude
económicamente, pero les he dicho que mi prioridad son los niños en las
escuelas, que ellos son adultos y pueden valerse mucho mejor, en especial ellos
que han hecho estudios.
Me muestran varios sitios en los que trabajan y les animo a
que sigan haciéndolo, y también les digo que aconsejar y animar es posible,
pero económicamente tengo las cosas comprometidas con los alumnos de las
escuelas. Después de hablar un rato con ellos y animarles en lo que hacen me
vuelvo, pues el tiempo se pasa y donde estoy no hay señal para el teléfono.
Cuando consigo señal, Joseph me hace saber que el obispo está ocupado y que no
nos puede recibir. Llevo los papeles para que los firme y vengo a casa
esperando que los pueda tener para mañana llevarlos a que los firmen en los
pueblos.
Antes de salir hacia Cassama, Joseph me da los papeles
firmados por el obispo. Me voy tranquilo, pero el camino ahora es largo, cuesta
hora y media recorrerlo. La lluvia trae su bendición para los campos, pero sus
problemas para los caminos. Además al principio les cuesta venir y pienso en
qué voy a hacer, pero luego, aunque con retraso vienen unos cuantos con los que
intento mantener un diálogo sencillo, pero muy claro que si no vienen y si no
veo progresos en las reuniones, me lo pensaré antes de venir y en especial
ahora con las lluvias.
Les recuerdo que cuando vine al principio me dijeron que
hacía treinta años que no venía un cura, pero ahora les puedo decir que hace
más de sesenta veces que vengo cada viernes y empiezo a preguntarme si merece
la pena seguir viniendo.
Veo que quieren que venga, pero les pido que me lo digan
con las obras, no de palabra. Les hago ver que les hablo y no siguen lo que les
pido que hagan, pues ha habido parejas que se han peleado de nuevo, lo que
implica que no rezan juntos y también que no van a rezar los unos con los
otros, pues no se preocupan por las parejas que tienen problemas. Y se dan
cuenta de que lo que les digo es verdad y les hago ver que si queremos hacer
comunidad es así como tenemos que proceder y ser amigos primero la pareja y
luego los hombres con los otros hombres del grupo y las mujeres con las
mujeres… Y es que lo que hay debajo es la desconfianza africana que siempre veo
al otro como un posible enemigo en vez de verle como un hermano o un amigo,
como nos enseña Jesús… Y les pregunto si me ven como su amigo personal y
cercano y me responden afirmativamente; y la pregunta es clara, si conmigo sí,
por qué con los otros no… Y necesitamos tiempo y paciencia y convertirnos. Y
ahí estamos.
En el otro pueblo, Gbalehun, seguimos con los críos y muy
pocos adultos e intento adaptarme a ellos y contarles un cuento y, como no son
muchos, pedirles que la semana que viene vengan con alguno más, amigo o vecino,
cosa que me prometen.
El camino de vuelta es largo, pero no muy complicado
porque, aunque ha llovido, ya ha habido un poco de tiempo de que seque, y está
practicable. En casa Joseph me dice que estaba preocupado, en especial porque
había llovido fuerte, pero en el camino no tuvimos lluvia.
No hay luz, pero con la batería sigo las noticias y escribo
la crónica.
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