Durante unos cuantos domingos de este año el tema
recurrente es la cuestión de la fe vista en
planos distintos, pero la perspectiva recurrente es la misma, la fe.
Varias veces he hecho esta pregunta en la homilía
¿Tenemos fe? Y la respuesta ha sido siempre positiva, aunque luego a la hora de
concretar las cosas las opiniones varían, pero por lo menos todos aseguramos
tener la fe.
Y la continuación de la fe, es la manifestación
concreta de esta fe, y esta manifestación se traduce en milagros, pues siempre que
alguien se acerca a Jesús y le pide alguna cosa, Jesús le dice que se la concede
de acuerdo con su fe.
Hoy la ocasión era propicia para hacer la
pregunta de si tenemos fe, dónde
están los milagros que siguen a la fe… Y las respuestas se hacía de rogar, pues
eran difusas y no llegaban a concretizar una experiencia precisa y
personal.
Les conté dos situaciones que había vivido
personalmente y en primer plano y creo que les agradó; pero no me paré en
contarles, les dije que la semana que viene contaba con alguna experiencia
personal de alguien de los presentes. Esperemos que así sea.
Una experiencia concreta que he vivido porque estaba
presente cuando el joven que pertenece a un grupo de oración nos la contaba, fue
la que refirió que le pasó en su finca, donde tiene una pequeña cabaña para
dormir y allí se queda por la noche para no tener que volver al pueblo que está
distante.
Estaba el joven en la cabaña por la noche con su
esposa y el hijo pequeño, y el niño se puso a llorar y no había forma de que
callara. Cuenta que después de un rato de no saber qué hacer, se arrodilló en la
estera en la que estaba tendido y rezó con toda confianza a Dios. El niño se
calmó y todos pudieron dormir y descansar y proseguir el trabajo al día
siguiente…
Conté también algo que viví en la parroquia anterior
en la que estuve, cómo una lluvia torrencial se llevó las cosechas de los
campesinos y ante tal situación y sin saber qué hacer, recuerdo que mi oración
fue: “Señor, son tus hijos… No querrás que se mueran de hambre…”
Me acuerdo que repartimos más de cuarenta toneladas de
maíz, alimento base de la gente, comprado la mayoría en el mercado y distribuido
por tres personas responsables en cada pueblo… Y no recuerdo que nadie muriera
de hambre…
Y la reflexión es sencilla: si en nuestras vidas no
hay experiencias parecidas, quiere decir que no tenemos la fe que es necesaria
para que sucedan los milagros.
Y nuestra oración de hoy también puede ser la que
hicieron los discípulos a Jesús… “Auméntanos la fe” para que podamos ser esos
hijos tuyos que Tú esperas que te
conozcan como su Padre y que hagan el bien a sus hermanos.
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