Esta vez no era domingo ni día de fiesta, sino un día
ordinario, miércoles por la tarde. Yo estaba muy tranquila reposándome en mi
estantería a la que ya me voy acostumbrando y, de repente, mi dueño entró en la
habitación, me sacó de la estantería, me puso de nuevo encima de la cama y
metió en mí unos cuantos libros, una máquina de fotos, una linterna, un mazo de
estampas de la Virgen, una camiseta que le oí decir que era de repuesto, y un
aparatito, una especie de radio que vi que tenía escrito en su parte alta “proclaimer”
y en otra cara, en pequeñito “Faith comes by hearing”. Y sin esperar más, me
echó a la espalda, se puso el sombrero y salimos de casa.
El vehículo estaba
esperándonos y listo para el camino, que era el mismo por el que habíamos ido
el domingo. Hoy nos acompaña el grupo de gente joven que está con nosotros y
desde la parte trasera nos animan porque están siempre cantando. El camino está
en mal estado y al vehículo le cuesta mucho avanzar a cuenta de los continuos
baches, pero con paciencia todo se alcanza, dice la santa de hoy… Cuando
llegamos al puesto de control, todos nos bajamos, fuimos donde los enfermeros,
nos tomaron la temperatura con los termómetros que son como pistolas y volvimos
al vehículo.
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La Mochila, testigo de lo que le pasa a su dueño |
Pero hoy no fuimos al pueblo donde estuvimos el domingo, hoy
fuimos a visitar un sitio en el cual había gente en plan de construir, por lo
que comprendí será una iglesia, y estaban comenzando con los cimientos. Allí
nos entretuvimos un rato, mi dueño me llevaba a la espalda, sacó la cámara,
tomó unas cuantas fotos y luego nos fuimos por otro camino bastante largo y que
yo aún no conocía.
Primero llegamos a un
pueblo. Nos paramos, saludamos a los que estaban presentes, como se hace ahora,
sin tener contacto físico, pues hay una enfermedad que asusta mucho a la gente
y que mata a muchos, que se llama “ébola” y por eso no se tiene contacto físico
unos con otros; pero pude percibir la alegría que la gente del pueblo, los
niños en particular, tenían al ver de nuevo a mi dueño y le deseaban la
bienvenida y sonreían y manifestaban alegría de verle y yo me sentí muy
orgullosa de pertenecer a alguien con quien la gente se pone tan contenta
cuando le ve.
Mi dueño les dijo que
quería ir a otro pueblo y que se prepararan, que vendría luego para rezar
juntos. Ellos le dijeron que lo harían, pero que aún había muchos que estaban
en el campo y que cuando volvieran se lo dirían.
Así emprendimos de nuevo el camino, que ahora seguía siendo
bastante difícil, pero el vehículo respondía bien y avanzamos sin problemas.
Acabamos llegando a otro sitio en el que también algunos nos recibieron con
alegría, pero se veía que estos estaban menos familiarizados con mi dueño, pues
no veía las expresiones de alegría en los rostros de todos como en el pueblo
anterior. Mi dueño hizo el comentario “tengo que venir también aquí
regularmente, como lo he hecho en el otro pueblo, pues aquí hay una comunidad
de gente que buscan a Dios y necesitan un guía”
Fuimos a saludar a la jefa del pueblo que es una señora que
habla muy poco inglés. Después nos acercamos al río. Este pueblo tiene un río
enorme y en la orilla había unas canoas y los que iban con mi dueño se
acercaron y tenían ganas de montar en ellas. Y luego subimos por una pendiente
hasta donde está la escuela, que ahora está vacía y una de las aulas sirve de
sitio para reunión de los que rezan.
Una persona explicó que se les había caído la iglesia que
tenían por causa de las lluvias y que ahora se reunían en esa aula esperando
que construyan otra iglesia. También dijo que la gente estaba en el campo y que
no era posible encontrarlos sino más tarde.
Mi dueño les dijo que no se preocuparan, que la primera vez
había venido a saludarles y que ya nos encontraríamos regularmente más
adelante. Juntos rezamos una decena del rosario y al finalizar, mi dueño les
dio la bendición y sacó las estampas que yo le guardaba y les dio una a cada
uno de los presentes y les dijo que en el mes de octubre los cristianos solemos
rezar a María el rosario y les animó a hacerlo y se despidió hasta la próxima
vez.
Ahora sí que vi las caras de los pocos presentes que estaban
contentos y sobre todo cuando les prometió que vendría de forma regular para
que rezáramos juntos, mientras se despedían hasta el próximo miércoles.
Volvimos por el camino que ahora ya me resultaba más
familiar y llegamos al pueblo donde habíamos estado antes. Aquí la gente seguía
siendo la misma y los que esperábamos no habían vuelto aún del campo. A pesar
de todo nos reunimos en la iglesia, una salita pequeña y ordenada, después de
haber saludado a los que estaban en las casas y ver la alegría que tenían de
ver a mi dueño de nuevo y que le recibían como alguien de casa y le hacían
muchas preguntas y sonreían.
Juntos rezamos una parte del rosario y lo mismo que en el
otro pueblo, les bendijo y sacó de mi interior las estampas y se las distribuyó
animándoles a rezar el rosario como lo solían hacer también juntos en el mes de
mayo.
Cuando volvíamos por el camino ya era de noche. Se puso a
llover y los que nos acompañaban que estaban detrás en el vehículo abierto, se
pusieron a cantar canciones a la Virgen. Yo me sentía muy a gusto de haber
visto nuevos pueblos, conocido nueva gente y saber que mi dueño me va a emplear
más de lo que yo me había podido imaginar, pues en el recorrido he visto que mi
dueño señalaba otros pueblos y decía que aún no los había visitado, pero que
sin tardar lo haría.
De nuevo cuando volvimos, que ya era noche cerrada, me
desocupó de los libros y estampas, echó una mirada al proclaimer y dijo “hoy no
te hemos utilizado, pero la próxima vez lo haremos para que proclames lo que
tienes dentro, la Palabra de Dios”.
Y sin más me volvió a mi sitio de costumbre, me dejó y
salió. Durante la noche he visto cómo se pasaba largo tiempo en el ordenador
escribiendo lo que habíamos vivido por la tarde y disfrutando mientras
escribía tratando de contárselo a los
demás.