Es domingo y desde la mañana las
cosas van rápidas. Vamos a Tikonko y dejamos a Jos. Hoy viene con nosotros la
madre de Daniel, el salesiano cura, que nos ha acompañado otras veces y que nos
echa una mano con los cantos y también interviene a veces ayudando en la
traducción o con comentarios.
Hoy cuando íbamos a Valehun me ha
hecho un comentario que me ha llamado la atención, y es que no coja en el
vehículo a quien lleva un machete en la mano… Está pensando en mi seguridad y me
hace ir hacia atrás a los tiempos vividos de la guerra. Yo le agradezco el
comentario y le pido que me haga todos los que le parezca, que cuando me habla
me estoy imaginando que ella habla a su hijo y yo también trato de recordar los
consejos que me daba mi madre.
Luego, en el pueblo, mientras estamos saludando a la
gente le hago ver que cuando alguien entra en el vehículo es generalmente una
gran alegría y eso es un predisponerse favorablemente a que un día vengan a la
iglesia. Le hago ver que es lo mismo que hago en el pueblo al pasar saludando a
la gente. Primero nos conocemos y puede que más tarde vengas a ver lo que se
hace en la iglesia, en particular en un pueblo donde hay muchos de religión
tradicional, que son los más dispuestos. Ella comprende la situación y
prometemos seguir con nuestra comunicación.
Como de costumbre les cuesta venir a la hora, pero al
final hay un buen número y cada vez hay más adultos. Hoy para ilustrar las
lecturas les cuento un cuento que siguen todos con mucho interés y me prometen
que van a venir a rezar el miércoles y el viernes.
Al finalizar la oración descubro que
lo que habían prometido la semana pasada se cumple, el maestro está esperándome
con su mujer y sus pertenencias y los traslado a su pueblo de residencia. Para
mí es una alegría el ver que lo que el maestro esperaba se empieza a realizar.
Ahora encargaré a otra pareja que les siga de cerca y les ayude a rezar
juntos.
En el segundo pueblo la lluvia amenaza y acabamos
teniendo que entrar en plena celebración en la pequeña capilla. Por suerte no va
muy lejos y luego luce el sol, pues hay gente que está al exterior.
Repetimos el mismo esquema de
celebración y el cuentecito que la gente sigue con interés, lo mismo que
prometen rezar y escuchar la Palabra de Dios durante la semana. Aquí sigue
aumentando el número de adultos que vienen y se ve que las cosas van
progresando.
Al final de la celebración el
vehículo está lleno y es que hay una reunión de los líderes de las comunidades
en Tikonko y se han puesto de acuerdo para que los traslade. Me da gusto ver
cómo son capaces de organizarse y de responder a sus compromisos.
Volvemos a casa, comemos, echo la
siesta y rápidamente me vuelvo para participar en la reunión, al menos que me
vean y que sepan que estoy con ellos. La lluvia es persistente e intensa y el
camino complicado, pero la alegría de estar con ellos merece la pena y el ver
que se sienten apoyados también es algo a tener en cuenta.
Acabada la reunión voy a Lembema, el
pueblo de las sorpresas y hoy el maestro está indispuesto y no viene a rezar,
pero yo me paseo por el pueblo cuando la lluvia ha cesado y los críos me
acompañan saludando a la gente. Como ha venido el catequista, es él quien dirige
la oración y juntos leemos la Palabra de Dios. De nuevo les cuento la historieta
y todos siguen con atención, prometiéndome que van a rezar y leer la Palabra de
Dios durante la semana.
A la vuelta de nuevo está lloviendo. En camino cogemos a
los que vienen a pie y mojados, cosa que agradecen y, llegados a destino, dan
las gracias efusivamente. De vuelta a casa estamos en las mismas, llueve
abundantemente, el camino está difícil, pero por suerte nada hay que me impida
llegar a casa tranquilamente.
En casa, cansado y contento del día
doy gracias a Dios por la experiencia vivida en todos y cada uno de los
diferentes encuentros que he tenido, por tantas personas con las que me he
cruzado hoy y por todo lo que hemos compartido y vivido juntos y le pido que así
como lo hemos hecho hoy aquí, un día todos juntos lo hagamos con Él.
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