Como cada domingo la salida es temprana. Dejo a Jos en
Tikonko y me encuentro con un grupo de gente que me espera en el cruce. Han
venido tres parejas y han traído a dos miembros de la familia de la mujer para
el encuentro, pues de otra forma las cosas no se podrían solucionar. Han
cumplido lo que me prometieron el viernes y les felicito.
Vamos haciendo nuestro
camino y el vehículo al subir una cuesta se ahoga. La pieza que necesita
cambiarse hace que de vez en cuando falle. Me lo tomo con calma, descendemos
despacio y de nuevo atacamos la pendiente y esta vez sí las cosas
funcionaron.
En Valehun el ersonal está sorprendido al ver llegar un
grupo de gente numeroso. Yo me dedico como otros domingos a saludar a la gente
por el pueblo y ellos se encaminan a la casa de la interesada y comienzan las
negociaciones.
Hoy les cuesta venir a la iglesia.
Comenzamos con retraso y hay una veintena, pero luego ya se ha triplicado la
asistencia y la oración es un momento distendido en el que tratamos de agradecer
a Dios lo que cada día nos da y las gracias que le podemos dar de manera
especial el domingo, hoy los pobres y los pequeños.
Voy recordando las diversas imágenes que les he
presentado a lo largo de varios domingos y ellos me siguen y reconocen que hay
cosas que vamos conociendo de Dios y que aún nos quedan muchas otras por
conocer. La realidad es que vamos haciendo catecismo y lo que intento hacer es
recordar lo que hemos ido viendo durante las semanas precedentes.
El ambiente es bueno y agradable, Rezamos por los que
están reunidos en negociaciones y al finalizar, unos a sus casas y otros al
vehículo, que nos espera el pueblo siguiente. Por lo menos me dicen que la
reunión ha sido positiva y que se ha llegado a un acuerdo que el domingo que
viene se hará efectivo, la mujer seguirá a su marido después de la oración del
domingo que viene.
En el camino de vuelta los ánimos están contentos. La
gente interviene en la conversación y se nota que están alegres. Para mí es una
de las experiencias que el grupo de matrimonios necesita experimentar, darse
cuenta de la fuerza que tiene un grupo cuando están unidos y persiguen un
objetivo común. Yo le doy gracias a Dios porque creo que vamos haciendo etapas
en el camino de trabajo con las parejas.
En el otro pueblo, hoy Balei, la gente está rezando con
el catequista y luego ensayan cantos antes de comenzar la misa. Hay un buen
número de gente y se va aumentando por momentos con los que llegan de diferentes
pueblos.
En la misa repito las mismas ideas
que he desarrollado en el pueblo anterior y la gente más o menos me sigue de la
misma forma y comprenden que venir a misa y hacer catecismo es algo que
necesitamos para conocer más a Jesús y su mensaje.
Al final de la oración hay una reunión y muchos
participan. En el vehículo entran las personas ancianas y las madres con niños
pequeños. En Tikonko encontramos de nuevo a Jos y cuando llegamos a casa amenaza
lluvia y estamos cansados, de forma que preferimos comer algo en casa mejor que
ir a un restaurante donde tienes que esperar mucho rato.
Después de la siesta voy a Lembema,
el pueblo de las sorpresas. Hoy la mayoría de los hombres han ido a otro pueblo
donde hay un velada fúnebre por el hermano de uno de los maestros del pueblo que
ha muerto, lo que hace que la oración no se haga, aunque sí aprovecho para darme
unas vueltas por el pueblo, saludar a las personas mayores y estar en todo
momento circundado por un enjambre de niños que continuamente me rodean y me
acompañan por todas partes.
Cuando decido volver a casa, llegan varios de los que
estaban en el pueblo donde ha muerto el hermano del maestro, les saludo y la
lluvia nos hace separarnos. Entonces viene alguien a pedirme si puedo llevar un
enfermo al hospital, le digo que sí y, después de esperar un buen rato, me
vienen a decir que la situación no está clara, que tienen que esperar a que
venga el hijo del campo y que puedo irme.
La vuelta a casa con un poco de lluvia, pero tranquila y
sosegada. Intento echar carburante en el vehículo y están descargando en el
depósito bidones de doscientos litros que una furgoneta ha traído. Como no tengo
prisa me espero un rato y observo la operación, algo que no me esperaba, pero
que en estos contornos siempre es posible.
Como me conocen, pues es el sitio en el que suelo llenar
el depósito me dicen que qué quiero y, como veo que están ocupados y no tengo
prisa, les digo que sigan descargando, que cuando acaben ya me servirán, que no
tengo prisa, cosa que les complace y a mí me permite observar con todo detalle y
en primera línea la técnica depurada que tienen para vaciar los bidones de
doscientos litros en el depósito de la gasolinera.
Son las pequeñas cosas de cada día
que te hacen ver qué diferente es lo que vivimos en cada sitio. Esto que he
visto aquí, no me imagino poderlo ver en España ni siquiera imaginarlo. Lástima
que no tenía la cámara para tomar unas cuantas fotos.
En casa tenemos luz, lo que me
permite hacer la crónica con una cierta tranquilidad, pues otros días estoy
mirando el tiempo que le queda a la batería, y también oigo el ruido de la
máquina de lavar, pues he aprovechado para hacer la colada.
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