Es
el día de la vida consagrada y tendremos la misa por la tarde en una parroquia,
por lo que por la mañana nos levantamos un poco más tarde y después de la
oración y el desayuno, cada uno vuelve a su trabajo, unos tratan de seguir
colocando cosas del contenedor para vaciar los locales que nos han prestado y yo
espero al profesor que viene puntual y tenemos la sesión de
clase.
El
profesor sigue cada vez más interesado en la clase y yo me encuentro muy a gusto
con lo que hace y las explicaciones que me da. Veo que una sesión con él vale la
pena, pues siento cómo avanzo en el conocimiento de la lengua y ayer cuando leía
el evangelio en los pueblos, yo mismo notaba la diferencia con semanas
anteriores.
Después de
comer y un ratito de siesta, vamos a la parroquia de san Carlos Lwanga, donde no
había estado nunca antes. Es una parroquia en una barriada pobre de la ciudad y
este año las cosas son más simples y sencillas que el anterior. Hay un nutrido
grupo de gente de la parroquia y los religiosos y religiosas, además de algunos
más representando movimientos e instituciones.
Preside el señor
obispo y se hace cercano y ameno. La ceremonia empieza a una cierta distancia de
la iglesia y llegamos en procesión por el camino polvoriento. En la iglesia se
suda abundantemente, pues el calor se deja sentir.
Finalizada
la ceremonia, cada uno vuelve a su sitio sin la comida que prepararon el año
anterior, cosa que creo muy acertada la supresión.
En casa
sentimos de nuevo el ambiente de pequeño grupo que acabamos de recuperar, pues
los días anteriores hemos sido alrededor de la veintena a la
mesa.
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