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sábado, 29 de marzo de 2014

29 de Marzo de 2014

Sábado

Es último sábado de mes y quiere decir que la gente tiene que limpiar el barrio, con lo que hasta las diez nadie se va a desplazar en vehículo. Es algo a lo que te vas acostumbrando y ya sabes que puedes también aprovechar para hacer la limpieza con los demás.
       La mañana la dedico a estudiar, leer y preparar cosas para mañana en los pueblos. Hay conexión y logro enviar algunos mensajes, pero no a la primera, pues es muy débil.
        Por la tarde me voy a los pueblos. Primero tengo un rato de trabajo con el catequista sobre la lengua, luego un rato de paseo por el pueblo saludando a gente y finalmente la reunión con los matrimonios, algo que cada semana es una delicia compartir, pues vienen con el rostro iluminado por lo que van compartiendo marido y mujer y lo comunican con una sencillez y una frescura que disfrutas estando con ellos y ves la mano de Dios actuando en ellos.
       Hoy les ha costado llegar, especialmente a las mujeres. Cuando alguno de los hombres se ponía nervioso, le calmaba y finalmente íbamos juntos a buscar a la que esperaba. La cosa dio resultado, pues las mujeres fueron llegando.
       Destacaría hoy de una manera especial el testimonio de un musulmán que está en el grupo, pues no se pide a la gente nada más que, que vengan marido y mujer, no importa si cada uno tiene un credo. Espero que Dios vaya haciendo su trabajo de unir a los matrimonios y darles la gracias de vivir juntos y felices.
        Bueno, pues el musulmán, que no habla ni palabra de inglés, además estaba solo, pues hoy su mujer había ido a otro pueblo, pero mirándole a la cara pude ver cómo le brillaba la vista de contento y cuando habló, luego me tradujeron, dijo que estaba compartiendo junto con su mujer el trabajo y la comida, cosa que hasta ahora no había hecho y que estaba muy contento con ello. Le felicité por lo que hacía y le animé a que siga adelante que tendrá grandes sorpresas en el camino.

         Para volver a casa ya había en el coche cuatro sacos de gari, la mandioca rallada que el catequista traía para vender en un puesto, además de alguna otra persona que viajaba para saludar a una familia cuyo padre ha muerto.

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