Después de la oración de la mañana me dedico un rato a
corregir los trabajos que han hecho los alumnos de la escuela. Se ve que hay un
progreso aceptable y la conclusión se impone: donde las clases se dan y no se
falta, los alumnos responden.
Un rato más tarde
tengo un encuentro con jóvenes universitarios en el centro de pastoral donde han
venido a solicitar becas y tienen que tener una carta de recomendación firmada
por el capellán. Estoy contento de poder hacer este servicio y de ir tomando
contacto directo con el grupo de estudiantes católicos de la uni.
Voy al mercado a comprar unos neumáticos para el coche,
pues los que tiene están en bastante mal estado y después voy a los que reparan
los pinchazos para la operación de recambio… Bajo un sol picante, trabajan más
de una hora para ponerme el vehículo a punto y todo ello por menos de cinco
euros, cantidad que les doy con gusto, aunque les tenga que decir que es caro…
Porque si no la próxima me van a subir el precio.
La visita a los pueblos esta tarde tiene dos objetivos,
por una parte la reunión de las parejas y por otra pagar a los maestros de la
escuela de Balei, donde he estado haciendo los controles. Con los maestros me
entretengo un rato y la conversación es muy agradable pensando en qué podemos
hacer para motivar a los alumnos y que el trabajo que hacen sea mejor. Veo que
me siguen con gusto y que les agrada la propuesta. Queda el ver a qué llegamos
en concreto. Por lo menos hay algo en el aire.
Con las parejas la reunión es un
tanto especial, pues ha habido un serio desacuerdo en una de ellas y hoy ya las
aguas han vuelto a su cauce, pero la reflexión es siempre la misma, darnos
cuenta de lo que hemos hecho mal y enderezar. Y saber que donde no se reza
juntos, los problemas llegan.
A la hora del rosario prefiero venir a Tikonko, pues por
una parte está el agujero del puente que es mejor atravesar con la luz del día y
por otra, la comunidad de Tikonko no es tan sólida a la hora de rezar y
necesitan más ser acompañados.
Abu, el que hace de animador, acaba de llegar de la
granja, está cansado, pero al vernos sonríe y se prepara con presteza para
llevarnos al sito de la oración, que es una casita pequeña en proximidad de un
bar con música a buen volumen.
En cuanto comenzamos le rosario, comienza una agradable
lluvia que acalla la música del bar y nos hace refugiarnos a techo a la entrada
de la casa, donde estamos un poco apretados. Pero el rosario se reza con toda
calma y las estampas que reparto hacen la delicia de la casi treintena de los
presentes.
En casa seguimos teniendo luz y conexión a Internet,
todo un triunfo para lo que estamos acostumbrados.
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