Domingo. Nos
acompaña a los pueblos la madre de Daniel, el salesiano de aquí. Ella es
catequista en su parroquia y el que venga siempre es interesante, pues acompaña
a los niños en los cantos y también interviene en otros
momentos.
Hoy en
Valehun no estaba ninguno de los maestros, pero uno del pueblo, que es un buen
elemento, ha preparado las lecturas y ha hecho la traducción.
La gente
está contenta y entusiasmada con la visita del obispo y hoy, fiesta de san Pedro
y san Pablo, hemos aprovechado para invitar a rezar por los pastores, el papa y el
obispo en particular; por los
catequistas y los que extienden la buena noticia del reino. Prometen que lo
harán, esta semana en particular.
En la
vuelta hay un grupo de mujeres que van a plantar arroz, es un trabajo que se
hace en común. Siempre que puedo llevo a las mujeres, pues son las que siempre
andan los caminos cargadas. Al final había ocho en el vehículo. Estaban
apretadas, pero contentas de poder hacer el trayecto en coche.
En
Nyagorehun hemos cambiado de orientación. La oración se hace fuera de la
iglesia, pues la iglesia es tan reducida que no cabemos y ahora, como el sol va
cambiando de posición, nos hemos visto obligados a buscar una nueva sombra.
Durante la celebración en un momento han caído unas gotas, pero al final
el sol ha lucido y hemos podido celebrar sin contratiempos.
La gente
está contenta y entusiasmada con la visita del obispo. Muchos era la primera vez
que le veían y no se esperaban que fuera autóctono, o por lo menos ese es el
comentario que algunos han hecho. Todos están felices de su visita y dan gracias
a Dios por haberle visto y prometen rezar por él de una manera especial esta
semana, lo mismo que por el papa y los dirigentes de las
comunidades.
Volvemos a casa y hoy no tenemos cocinera. Vamos a comer al restaurante y
al que solemos ir está cerrado. Son musulmanes y han empezado el ramadán, por
eso cambiamos y conocemos uno nuevo. La comida es aceptable.
Después de echarme una buena siesta, pues anoche no dormí bien y estaba
cansado, me recupero y voy a Lembema, el pueblo de las sorpresas. Y seguimos con
ellas. El maestro que suele dirigir la oración no está, pero están dos maestros
del pueblo donde voy por la mañana, además del catequista que ha venido andando
desde su pueblo. Nos reunimos una cuarentena de personas, de los cuales una
quincena son adultos. Unos nuevos, otros que conozco. Poco a poco vamos tratando
de hacer un grupo que se encuentre regularmente para rezar. La señora mayor que
tiene el calendario de María Auxiliadora, nos sigue desde la puerta de la casa
envuelta en un paño. Quizás no esté muy bien de salud.
Tengo que decir que la llegada fue apoteósica, con una buena tromba de
agua unos kilómetros antes de llegar al pueblo, pero en el pueblo ya hacía sol
al mismo tiempo que llovía y el sol acabó imponiéndose, lo que me permitió
saludar a la gente en sus casas y luego rezar con comodidad.
Antes de
acabar la oración ya estaba de nuevo nublado y amenazaba lluvia, pero por lo
menos a nosotros en el camino de vuelta no nos alcanzó.
En casa tenemos luz, aunque a ratos, pues se va con frecuencia y la
potencia es escasa, pero por lo menos las bombillas se alumbran, que ya es
algo.
Le
doy gracias a Dios por las experiencias vividas durante la jornada, por el
cansancio y la recuperación y por permitirme vivir esto de primera mano y
poderlo compartir con los demás.
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