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domingo, 1 de junio de 2014

1 de Junio de 2014

Domingo

Domingo y salir temprano hacia los pueblos va unido, así que vamos hacia Tikonko. Hoy nos acompaña Agustine, el salesiano coadjutor que hará los votos perpetuos en julio y que está de vacaciones con su familia. Se queda con Jos en Tikonko.
       En Valehun me encuentro con un buen aforo. Las mujeres que la semana pasada no estaban, hoy han venido, además de unos cuantos alumnos de los pueblos que visitamos durante la semana, lo que hace que nos acerquemos a la centena de asistentes, entre los que dominan los críos de la escuela.
        Volvemos a lo que les dije la semana pasada. Algunos recuerdan la imagen del lápiz y, juntos, tratamos de verificar si esta semana hemos dejado huellas de Jesús con nuestra vida.
        Alguien dice que la oración del rosario por las casas ha sido algo que a la gente le ha hecho ver que rezamos y quizás por eso hay más gente hoy en la iglesia. Les hago ver que las visitas que personalmente he hecho a los otros pueblos de alrededor buscan la misma cosa y todos convenimos en que esta semana tendremos que seguir tratando de dejar huellas y de manera especial rezar para preparar la venida del Espíritu Santo.
          En las ofrendas hoy traen dos recipientes, unos seis litros, de aceite rojo. Es la primera vez que me encuentro con una cosa así, pero sé que el cocinero lo usa y lo hará servir en el menú.
        En la pista seguimos encontrando caminantes a los que invitamos a subir al vehículo y la cara de alegría que muestran es algo que merece la pena ver y que compensa lo que de problema te puedan causar.
        El siguiente pueblo está preparado, la gente va viniendo, algunos con retraso, pero al final hay unos ochenta y la mitad son adultos. Volvemos a los mismos temas en la homilía y llegamos a la misma conclusión: dejar huellas con nuestras acciones de la presencia de Jesús.
       Puesto que he visitado varios pueblos de los alrededores y voy identificando rostros de un sitio y de otro, hoy he preguntado cuantos hay de cada pueblo y lo primero que he encontrado es que hay gente de siete pueblos diferentes, lo que nos muestra la variedad y lo dispersos que están, pero creo que es una riqueza que nos permite también sentir lo que es la unidad cuando nos encontramos para rezar.
         He tratado de animarles a que recen durante la semana como manera de prepararse a la venida del Espíritu y me han dicho que lo harán. También como el mes de mayo se acaba les he sugerido que nos encontremos una vez por semana para rezar en cada pueblo. Me dicen que están interesados en ello y les pido que además del día de la semana y la hora que me sugieren, quiero tener una lista con los nombres de las personas que vendrán a rezar. Esperemos tenerla y poder ayudarles y acompañarles en el camino de Jesús.
      Lo que sirve de iglesia en este pueblo es un edículo tan pequeño, que no cabemos y por eso decimos la misa en el exterior a la sombra de unos árboles, pero hoy amenaza la lluvia y en un momento me sugieren si entramos en la iglesia… Espero un poco y pronto las nubes cesan y acabamos teniendo un radiante sol que nos alegra a todos.
        Al finalizar la misa hay varias personas que vienen a hablarme, entre ellas una chica de unos doce años que entre medias palabras en inglés me dice que quiere el bautismo. Le pregunto de qué pueblo viene y hablo con el encargado, que me dice que sus padres son musulmanes. Visto lo cual, le digo que cuando estemos en su pueblo, trataremos de ver la situación.
         Como de costumbre, el vehículo es solicitado por mucha gente y está abarrotado, aunque algunos se bajan en el primer pueblo, lo que nos permite estar un poco más holgados en el coche.
        Dejamos a Agustine en su casa y venimos a comer. Durante la siesta hay un chaparrón, pero es algo muy local y las nubes también dejan después ver el sol, lo que me permite ir a Lembema.
          El catequista que ha venido esta mañana me dice que quiere comprar un saco de arroz para una señora mayor en el pueblo, que se lo ha pedido y vamos al mercado antes de salir hacia Lembema.
       En el camino nos encontramos con un buen número de gente que va a ese pueblo y les ofrecemos el servicio de llevarles. Están muy contentos, en particular varias mujeres, que como de costumbre, transportaban pesadas cargas.
        En el pueblo las visitas y los saludos se repiten y al final acabamos rezando en la escuela una treintena de niños y media docena de adultos, entre los cuales hoy hay tres mujeres. Les invito a rezar y a juntarse, lo mismo que hacen en los otros pueblos para preparar la venida del Espíritu, y me dicen que lo van a hacer. Les digo que el domingo que viene nos veremos y quiero que me presenten la lista de los disponibles. Esperemos que se haga realidad.
       Les he hecho ver que he oído cómo en el pueblo se quejaban de no tener un cura que se ocupara de ellos y ahora hace tres meses que cada domingo me tienen y yo les puedo decir que soy yo quien se puede quejar de que no encuentro gente que asista regularmente a rezar… Algunos sonríen, otros, guardan  silencio; todos rezaremos…
       He traído dos calendarios para dos personas que me los habían pedido con la intención de entregarlos como ejemplo para los otros y pedirles que recen cada día. Se lo he entregado a uno, pues el otro no estaba presente, y he pedido a los que tiene el calendario, que recen cada día a la Virgen para que sea Ella la que nos guíe en el camino hacia Jesús. Y ahora recuerdo que en el  recorrido que he hecho en el pueblo para saludar a la gente, una señora mayor me ha dicho que quiere un calendario y le he hecho ver que el calendario es para rezar cada día a la Virgen, que si ella aprende a rezarla, yo le traeré el calendario. Intentamos rezar juntos el avemaría, pero ella no me sigue, aunque sí se sorprende de escucharme recitar la oración en su lengua.
       Cuando dejo al catequista en el pueblo, alguien me aborda y me pide dinero. Como nos conocemos, tenemos un buen rato de conversación, y le hago ver que no estoy aquí para dar dinero, sino para acompañar a las personas. Se sorprende de la respuesta y me pregunta qué hago con ellos. Le llama la atención cuando le hago ver que estoy con ellos y les acompaño rezando y tratando de cambiar nuestras vidas y el ambiente que nos rodea. No creo que haya comprendido mucho, pero sí está en silencio.
       Sé algo de lo que pasa entre ellos. Se ha llegado a tal punto de egoísmo que no se piensa más que en lo que puedo sacar para mí, de forma que nadie se fía de nadie y cada uno está a lo suyo. La cantidad que me pide es mínima, por eso le digo que si no logra que algún amigo le preste, es que hay algo que no funciona entre ellos y que estoy dispuesto a estar con ellos y hacer cambiar las cosas, pero que darle yo el dinero no es la forma de resolver el problema.
        Uno de los efectos después de la guerra es que los organismos y ONGés se han volcado con ayudas y la gente se ha acostumbrado a vivir de ayudas y proyectos, con lo que la iniciativa personal y el esfuerzo y la solidaridad son cosas que no abundan, y cambiar mentalidades no es fácil, pero en la tarea estamos.

        Estoy admirado de la electricidad. Estamos teniendo horas como nunca antes habíamos tenido, algo a lo que no estamos acostumbrados. Esperemos que dure, pues la tranquilidad de tener luz sin el ruido del grupo electrógeno añadido, es algo que es de apreciar.

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