Si es que tengo una familia…Que no me la
merezco...
Hace ya unos cuantos años, más de
seis seguro, me paseaba por Chipiona. Había ido a visitar a la familia que
estaban de vacaciones y, un primo, me ofreció un quad, algo que me dijo había
comprado como regalo de primera comunión para su hijo, pero que luego no le
había sido útil. Si lo podía utilizar en África, me lo
regalaba.
Mi interés por las motos es muy
pequeño y cuando vi esta, me pareció que era algo que no me serviría para mucho,
pero antes de dar una respuesta rápida, decidí esperar un momento y, mira por
donde, me vino la idea de para qué podía servir…
En esos momentos estaba conmigo
Valerio, un salesiano de más de setenta y cinco, a quien desplazarse le costaba
mucho y lo hacía en una bici de ruedas pequeñas. Pensé que era la solución ideal
para Valerio y una forma válida de emplear lo que me ofrecían, y dije que sí que
me serviría.
Ahora el problema era el
enviarlo. Pero para un problema siempre hay una solución posible y, mira por
donde, salió que las monjas de la Doctrina Cristiana de Sevilla tienen una
presencia en un sitio de Togo que no está lejos de donde residimos y reciben
contenedores un par de veces por año.
En uno de esos contenedores viajó
la moto y allí, a Defalé, fui a buscarla. La monté en la furgoneta y cuando
llegamos a Cinkassé, el norte del Togo, la ciudad de la frontera en la que se
venden motos a cientos, fue una sensación, pues entonces no había ninguna moto
como ella y ver a Valerio pasearse por cualquier sitio era el espectáculo que
todos sorprendidos contemplaban.
Varias personas vinieron a
pedirme que se la vendiera, que la querían tener. Yo, con gesto serio y
decidido, siempre les dije que no, que la moto era del viejo y que el viejo
tenía necesidad de ella y que por eso se la había traído. (Notemos que la
palabra “viejo” tiene un valor muy positivo por aquí, no así entre nosotros que
ya hemos encontrado el eufemismo “mayor”)
Convencidos o no con el
razonamiento, se fueron acostumbrando a ver a Valerio desplazarse en la moto de
un sitio para otro y, con el tiempo, el quad era un paisaje familiar en la
ciudad y Valerio, el “chekorobá” (viejo en lengua bambara) que la llevaba, una
persona respetada y admirada en el ambiente en que se
movía.
Hoy Valerio con 83 cumplidos,
sigue con su moto y haciéndola servir para muchas cosas, desde ir a decir misa a
los pueblos, visitar a gente en sus casa, hasta hacer las compras en el mercado
o transportar lo que se necesite de un sitio a otro. La moto ha servido
para alargar una vida y llenarla de
actividad.
Le doy gracias a Dios que me
permite vivir esta experiencia gozosa, le agradezco el que haya personas
generosas que posibilitan estas cosas y le pido que bendiga a todos y cada uno
de los que en ello
intervienen.
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