Durante la noche
no he logrado dormir. No hay forma de tenerme en pie, así que tampoco hay manera
de ir a los pueblos. Jos se va y me quedo en casa solo y con mi paludismo que ya
está declarado. La mañana es eterna, con fiebre, bebiendo de vez en cuando y
pocos tragos para no provocar vómitos, dolor en todo el cuerpo y malestar
general que te hacen sentirte incómodo y no encontrar respiro ni
reposo.
Las horas
van pasando con la parsimonia del que no tiene nada que hacer y está incómodo,
hasta que más tarde de la una Jos vuelve cansado y hambriento. Después de comer decidimos ir al
hospital, lo mejor que podemos hacer es ir a ver a las monjas, que están en
“Milla 91”, un pueblo en la carretera a casi cien kilómetros de aquí, ero que es
el sitio que nos ofrece confianza. Allí llegamos hacia las cuatro de la tarde y
rápidamente me ponen una perfusión y la rehidratación además del tratamiento
contra el paludismo.
Una
hora más tarde me encuentro mejor, sin el amargor y sequedad en la boca y en
vías de recuperación. Jos se vuelve
a casa y me deja en manos de las monjas Clarisas Misioneras.
Caigo
profundamente dormido y eso es un buen síntoma, lo que les hace dejarme dormir,
pero cuando a medianoche me despierto, de nuevo tengo fiebre y la sensación de
que las cosas recomienzan. Sufro el problema de la incomunicación, pues no sé a
quién recurrir y espero hasta que por la mañana veo una luz y pido agua, que me
traen al instante. Luego sigo con el tratamiento y me paso el lunes con
tranquilidad y recuperándome, lo que quiere decir bañado en sudor y mojando todo
lo que se te acerca. Me quité una camiseta y la retorcí y salía el sudor como
cuando retuerces algo que has sacado del agua… Eso te hace bajar kilos y te deja
débil por unos cuantos días, pero así es el paludismo.
El día
entero lo paso en la cama, bañado en sudor, pero con la esperanza de salir
adelante en la situación. Me veo muy débil y sin fuerzas, además de los
problemas de oídos y vista que suelen conllevar los antipalúdicos.
Por la
noche he podido dormir y el martes ya estoy en forma como para viajar y volver a
casa. El teléfono no funciona y tenemos que esperar. Por la noche ha llovida
abundantemente y a la mañana hay agua y viento y ni las monjas salen para la
misa, lo que hace que cuando voy a decirla yo, asisten todas las que
pueden.
Jos me
viene a buscar y en un día gris y lluvioso volvemos a casa. La humedad es la
tónica en todas las cosas y lo que lavas va a tardar en secar y el sudor se hace
presente a cada momento.
Sentirse en casa es una agradable sensación, pero no te quita lo que
tienes en el cuerpo. Por suerte las sensaciones van siendo buenas y el sudor
disminuye, la medicación es bien tolerada y logro dormir incluso a ratos durante
el día.
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