Salgo a la seis y estoy en Nagoyon para las siete. Hoy hay ambiente más
tranquilo que la semana pasada y en la misa recordamos a Ann, la niña de menos
de dos años que se nos ha ido. Sus padres rezan en la oración de los fieles y a
algunos se les escapan las lágrimas… En el cementerio hay tres tumbas recientes,
una de un anciano y dos de dos niños… Aquí mueren más niños que personas
mayores…
En Tikonko hay menos gente que de costumbre… Luego sabré que hay gente
que ha estado celebrando el fin del ébola y después no ha tenido fuerza para
venir a rezar por la mañana.
En Towama pasa algo parecido y aquí se nota más, pues hay mucha menos
gente que otras veces y el motivo es el mismo. Han estado de fiesta toda la
noche y luego no tienen fuerzas para venir a rezar.
La
sensación es un tanto contradictoria. Se ha vivido mucho tiempo bajo el miedo y
ahora se desata el deseo de disfrutar o celebrar algo que pensamos que haya
terminado, pero ante lo que no hay que bajar la guardia, pues puede reaparecer
en cualquier momento.
Por la tarde voy a Mattru y no encuentro a ninguno de los que me habían
prometido estar, pero por lo menos visito al señor que está enfermo y hoy se
encuentra bastante peor, pues ni siquiera es capaz de seguirnos en el momento en
que rezamos.
Por la noche Stephen me pide si podemos volver a ver juntos lo que
habíamos hecho antes, leer juntos un catecismo que le había dado para que
leyera. Ha tenido tiempo de ver una gran cantidad de páginas y me hace muchas
preguntas a las que voy respondiendo con ayuda de lo que hay escrito en el texto
y que volvemos a releer. Se le nota el interés por saber cosas y le animo a
seguir en el empeño, pues es la forma de conocer y poder tomar una decisión en
su vida de forma seria y responsable.
Mientras estamos en nuestra charla, una abundante lluvia nos acompaña. Es
lo que suele pasar a finales de la estación de lluvias, que nos visita durante
un rato por la noche y así refresca para poder dormir sin sudar
demasiado.
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