Amanece
nublado, pero la lluvia no llega. Paso la mayor parte de la mañana estudiando
lengua, además de hablar con Uba y tratar de conectar en internet, que hoy no ha
funcionado hasta la noche, ni siquiera en los cibers de la ciudad.
Por la
tarde voy a pueblos. Primero intento visitar Lembema. El maestro está presente,
pero es él mismo quien me dice que la gente está en las fincas trabajando. De
ello deduzco que la hora que él mismo me ha sugerido no se ajusta a la realidad.
Prometo volver el domingo por la tarde y ver qué se puede hacer.
En el
pueblo del catequista, estudio un rato la lengua. Todavía hay muchas cosas que
me resulta difícil comprender, así que a tomarlo con calma y a estudiar un poco
cada día.
Después
voy para rezar el rosario en el pueblo siguiente, Balei. Primero damos una
vuelta saludando a la gente que ya nos vamos conociendo. Hay una furgoneta que
está cargando hojas de mandioca para llevar a la capital. Lo cierto es que son
verdaderos artistas cargando vehículos hasta los topes.
La mujer
del maestro tiene malaria, pero a pesar de todo viene a rezar el rosario en la
casa de una familia vecina. Comenzamos una veintena; pronto se añaden otros y
pasamos de la cuarentena, de los que más de la mitad son críos.
Si al principio
la cosa empezó normal, luego se animó con la visita de una señora fuera de su
juicio, que nos ayudaba a acomodar a los críos con el consiguiente jaleo y risas
de los asistentes. Por fin se sentó junto a mí y cuando se pasaba demasiado, un
ligero toquecito le hacía volver a su sitio. Así estuvimos ten con ten hasta que
en las letanías acabó marchándose, pero para estas alturas ya había recorrido
varias veces la asistencia y montado varios tinglados, de forma que aquello en
algunos momentos parecía más la feria que el rezo del rosario.
Me llamó la
atención el respeto que tienen a los locos y cómo no se meten con ella. No he
preguntado, pero imagino que es más o menos lo mismo en todos los sitios. Los
cuerdos piensan que los locos te pueden revolver tus espíritus, por lo que les
tienen un gran respeto, pero la gozan viendo a los críos que no son conscientes
como los mayores, meterse con ellos y hacerles cualquier perrería.
Después de dar
la bendición, ya tenía una buena procesión dispuesta a viajar en el vehículo, de
forma que estábamos llenos desde la salida, que se retrasó un poco, pues me vino
a hablar uno de los maestros para decirme el problema que tiene de agua en la
escuela.
Como los
otros maestros estaban también cerca, les llamé y nos entretuvimos un rato
hablando de la escuela y los problemas que tiene y cómo tratar de hacer que los
padres de los alumnos participen y colaboren en la educación de los
hijos.
Si ahora
mismo no se puede ofrecer ninguna solución rápida, por lo menos hemos quedado en
reunirnos de vez en cuando y tratar de sensibilizar a los padres de los alumnos
y que la colaboración sea regular. Pero esto no me parece que sea materia para
este curso o el que viene. Por lo que voy viendo, hacer cambiar las actitudes no
es fácil, ni la gente está tan predispuesta a cambiar su costumbre.
Para finalizar
les propuse que cada día rezaríamos unos por los otros y todos por que los
problemas de la escuela encuentren una solución lo más pronto
posible.
Cuando
llego a casa lo primero que hago es cambiarme la ropa y ponerla a remojar, pues
he tenido doble sesión de niños en dos pueblos y que te sigan una docena de
críos colgados de cada una de tus manos, da para muchas anécdotas y también
permite que tu ropa vaya cogiendo color, de forma que al llegar a casa en lo
primero que pienso es en cambiarme, porque entre los niños y el sudor, la
lavadora tendrá que hacer horas extras.
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