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miércoles, 8 de octubre de 2014

8 de Octubre de 2014

Miércoles

Después de la misa y el desayuno logro conectarme y enviar y recibir mensajes y ponerme al día en cuanto a la enfermedad del ébola en España. Lo que aquí pasa lo iremos viendo a lo largo del día.
         Después del mediodía salimos de casa, pero todavía nos quedan compras por hacer y no dejamos la capital hasta las dos de la tarde. En ese momento empieza a llover y lo hace con disposición durante un buen rato, pero luego a lo largo del camino ya nos dejará tranquilos.
        Lo que sí tenemos en el camino es una serie de controles. La policía y los sanitarios están tomando cada vez la temperatura de todos los que pasan. Tenemos que descender del vehículo, pasar por el control de temperatura, lavarnos las manos con agua con lejía y emprender la ruta de nuevo. Esto lo hemos hecho alrededor de una docena de veces en el trayecto, casi doscientos cincuenta kilómetros, pero por suerte no hemos tenido ningún contratiempo. Hay sitios en los que los controles son más estrictos y lo que me ha llamado la atención es la desviación hacia Moyamba, un sitio con un mercado siempre lleno de gente al lado de la carretera y que ahora está desierto, pues el distrito está en cuarentena.
       Hay unos cuantos distritos que están en cuarentena, sitios en los que ha habido fallecidos por la enfermedad, pero la situación es muy poco clara, ya que el control por parte del gobierno no puede ser estricto y no parece que se pueda hacer mucho más. Lo mismo nos ha pasado a nosotros con los huérfanos que nos tenían que enviar, las cosas se retrasan por falta de seguridad. Esperemos que la cosa vaya a mejor.
       Nos hemos parado en “Milla 91”, el dispensario de las mojas clarisas mejicanas, donde me trataron el paludismo que tuve. Está Adriana, la enfermera. La médico, Patricia, está en España. La encontré en Pamplona recién operada de cataratas. También hay una monja que ha venido a hacer compras, pero que está en Lunsar, el pueblo donde tienen el hospital los Hermanos de San Juan de Dios. Allí tienen un gran colegio y parece ser que la situación está oscura, pues me ha dicho que ha habido varios muertos en la zona en los últimos días.
         Estamos un poco justos con el tiempo, pues se cierran las carreteras a partir de las cinco de la tarde. Pasamos los controles y nos permiten seguir. Llegamos a casa a las seis donde nos reciben con cantos. Hay nueve jóvenes que están con nosotros, unos que son aspirantes y prefieren estar aquí que en su casa, y otros que son de Freetown y animan en el centro juvenil y no saben mucho qué hacer al no haber clase.
       El reencuentro me resulta agradable y la acogida ha sido muy buena. Hay buen ambiente y los jóvenes se sienten a gusto en la casa y disfrutan de lo que hacen. Las noticias son que sigue habiendo casos de gente que muere y algunos son familiares cercanos de gente conocida nuestra, cosa que nos hace más dolorosa la situación.
       Antes de acostarme se pone a llover. El agua es siempre una bendición, pero en estos momentos, mayor si cabe, pues cuando llueve refresca el ambiente y puedes dormir, cosa que con calor y humedad te cuesta mucho más.
       Le doy las gracias a Dios por el día vivido, por haber llegado a casa, por los hermanos que he encontrado y por el cariño de la acogida y le pido lo que le hemos pedido en el rosario que hemos rezado juntos esta noche, que nos proteja y que nos libere del ébola a nosotros y a todos los que lo padecen.


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