Después de
la misa y el desayuno logro conectarme y enviar y recibir mensajes y ponerme al
día en cuanto a la enfermedad del ébola en España. Lo que aquí pasa lo iremos
viendo a lo largo del día.
Después del mediodía salimos de casa, pero todavía nos quedan compras por
hacer y no dejamos la capital hasta las dos de la tarde. En ese momento empieza
a llover y lo hace con disposición durante un buen rato, pero luego a lo largo
del camino ya nos dejará tranquilos.
Lo
que sí tenemos en el camino es una serie de controles. La policía y los
sanitarios están tomando cada vez la temperatura de todos los que pasan. Tenemos
que descender del vehículo, pasar por el control de temperatura, lavarnos las
manos con agua con lejía y emprender la ruta de nuevo. Esto lo hemos hecho
alrededor de una docena de veces en el trayecto, casi doscientos cincuenta
kilómetros, pero por suerte no hemos tenido ningún contratiempo. Hay sitios en
los que los controles son más estrictos y lo que me ha llamado la atención es la
desviación hacia Moyamba, un sitio con un mercado siempre lleno de gente al lado
de la carretera y que ahora está desierto, pues el distrito está en
cuarentena.
Hay unos
cuantos distritos que están en cuarentena, sitios en los que ha habido
fallecidos por la enfermedad, pero la situación es muy poco clara, ya que el
control por parte del gobierno no puede ser estricto y no parece que se pueda
hacer mucho más. Lo mismo nos ha pasado a nosotros con los huérfanos que nos
tenían que enviar, las cosas se retrasan por falta de seguridad. Esperemos que
la cosa vaya a mejor.
Nos hemos
parado en “Milla 91”, el dispensario de las mojas clarisas mejicanas, donde me
trataron el paludismo que tuve. Está Adriana, la enfermera. La médico, Patricia,
está en España. La encontré en Pamplona recién operada de cataratas. También hay
una monja que ha venido a hacer compras, pero que está en Lunsar, el pueblo
donde tienen el hospital los Hermanos de San Juan de Dios. Allí tienen un gran
colegio y parece ser que la situación está oscura, pues me ha dicho que ha
habido varios muertos en la zona en los últimos días.
Estamos un poco justos con el tiempo, pues se cierran las carreteras a
partir de las cinco de la tarde. Pasamos los controles y nos permiten seguir.
Llegamos a casa a las seis donde nos reciben con cantos. Hay nueve jóvenes que
están con nosotros, unos que son aspirantes y prefieren estar aquí que en su
casa, y otros que son de Freetown y animan en el centro juvenil y no saben mucho
qué hacer al no haber clase.
El
reencuentro me resulta agradable y la acogida ha sido muy buena. Hay buen
ambiente y los jóvenes se sienten a gusto en la casa y disfrutan de lo que
hacen. Las noticias son que sigue habiendo casos de gente que muere y algunos
son familiares cercanos de gente conocida nuestra, cosa que nos hace más
dolorosa la situación.
Antes de
acostarme se pone a llover. El agua es siempre una bendición, pero en estos
momentos, mayor si cabe, pues cuando llueve refresca el ambiente y puedes
dormir, cosa que con calor y humedad te cuesta mucho más.
Le doy las
gracias a Dios por el día vivido, por haber llegado a casa, por los hermanos que
he encontrado y por el cariño de la acogida y le pido lo que le hemos pedido en
el rosario que hemos rezado juntos esta noche, que nos proteja y que nos libere
del ébola a nosotros y a todos los que lo padecen.
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