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lunes, 13 de octubre de 2014

La Mochila que cambió de ocupación


LA MOCHILA QUE CAMBIÓ DE OCUPACIÓN…

(para mi hermana)

Los tiempos que corremos y tal como está la situación laboral, hablar de cualquier cambio, sobre todo si se ha tenido un empleo estable, puede inducirnos a pensar en algo que nos va a conducir a problemas y hasta se puede esperar lo peor: la pérdida de un empleo; pero no creo que sea este el caso de nuestra mochila.

Ha servido paciente y calladamente durante largos años para llevar las cosas de cada día al trabajo a una señora en California que conducía un vehículo de transporte escolar y la mochila estaba acostumbrada al ruido, al movimiento y al trasiego continuo de un sito para otro de escolares con sus carteras de clase, y a recibir y guardar celosamente en ella toda suerte de artículos que su ama le confiaba, desde prendas de ropa hasta libros y cuadernos de apuntes, sin olvidar el compartimento para el bocadillo . Ella era la tumba sellada con cremallera que guardaba el secreto siempre a su dueña y la fiel compañera y colaboradora en su trabajo. Hiciera frío o calor, lloviera o saliese el sol, de lunes a viernes, de la mañana a la tarde, si no era en vacaciones, ella era la constante compañía que siempre estaba al lado de su ama.

Hoy su ama se ha jubilado y la mochila va a comenzar una nueva vida lejos de su ama que siempre la recuerda con cariño, pero que la ha dejado vía libre para emprender su nueva singladura.

Primero la cosa empezó cambiando de vehículo. No era el bus de todos los días, era un utilitario y se dirigía a un gran espacio abierto donde pudo ver una especie de pájaros metálicos enormes que ingerían a las personas por un costado por una boca my grande y ella se sintió un poco asustada al ver aquello. No era su autobús de todos los días, y además hoy, su dueña la había llenado hasta los topes. Estaba que reventaba de paquetes y bolsas envueltos la mayoría en papel de regalo y entre todo esto le llamó la atención unas sandalias que iban a ser sus amigas y confidentes en la nueva situación, pero que ella aún no conocía, pues su ama la había confiado a otra señora que se iba de viaje y tenía más bultos que ella y la mochila había perdido el protagonismo de otros días teniendo que compartirlo con otra maleta más grande que ella y que también pesaba lo suyo.

Juntas emprendieron un largo viaje que duró toda la noche y parte del día siguiente. La mochila estaba un poco asustada, pues la pusieron en la parte alta en un compartimento que luego cerraron y no le permitía ver lo que pasaba, pero sí oía el ruido de las conversaciones en voz baja y los pasos apresurados de algunas personas por el estrecho pasillo central. Ella nunca recordaba haber hecho un viaje tan largo, pero al mismo tiempo estaba ilusionada, pues sabía que su dueña se la había confiado a la otra señora, pero esa no era su nueva dueña, sino una intermediaria. Ella sabía que tenía que viajar y además viajar lejos. Por ello no se preocupó cuando llegó a un nuevo destino, una casa a la que luego llegaron unos niños y emocionados abrieron los paquetes envueltos en papel de regalo y contentos le daban besos a la señora que la había traído y le decían “gracias yaya”, y la señora complacida les animaba a seguir en su tarea de abrir regalos.

Después llegó un momento de calma. Como otras veces cuando acababa el trabajo, en casa llegaba el reposo, y ella comprendió que era también hora de reposar un poco. Dentro guardaba las sandalias que serían sus compañeras y confidentes, esperando ver el nuevo rumbo que tomarían las cosas. Ambas se reposaron un par de días, pero pronto llegó alguien a casa a quien su nueva dueña le dijo: mira, esto es tuyo. Tómalo y dispón de ello.

La mochila y las sandalias, que ahora eran ya buenas amigas, se miraron preguntándose qué va a ser de nosotras ahora. Cuál va a ser nuestro nuevo destino. Pero se sintieron tranquilas cuando oyeron el comentario que su nuevo dueño hacía de ellas: son perfectas es lo que necesitaba y me vienen a la medida. Las dos, sandalias y mochila, respiraron y se dijeron: tenemos una nueva vida por delante entre las manos de nuestro nuevo propietario, el cual se puso inmediatamente las sandalias y ya no se separó de ellas. La mochila quedó a la espera de nuevo destino y espiando los pasos de las sandalias

Esta aventura duró un cierto tiempo, pues el nuevo dueño se movía de un sitio para otro y no tenía sitio fijo de residencia, pero las sandalias le contaban a la mochila los pasos de su dueño y un día el dueño emprendió también un largo viaje, que esta vez a la mochila le pareció más sencillo, pues ya tenía la experiencia del anterior. Llegaron a un sito nuevo que no había visto nunca y aquí todas las cosas eran diferentes. Aunque algunos hablaban en el idioma que ella comprendía, otros muchos hablaban algo que ella no había oído nunca y le resultaba muy curioso todo lo que pasaba a su alrededor. Hacía calor y había mucha humedad, pero la gente sonreía contenta, mucho más de lo que ella estaba acostumbrada a ver en su vida anterior.

Después de pasar por diversos sitios, la mochila llegó a uno que le pareció que era su residencia definitiva, pues su dueño deshizo las otras maletas y colocó todo en las estanterías que tenía una habitación pequeña y caliente, rodeada por los murmullos de gente joven que estaban en la misma casa.

Durante la semana las sandalias le iban contando sus experiencias, pues el dueño no se las quitaba más que para dormir y le iban diciendo los nuevos caminos que estaban recorriendo. El colmo para la mochila fue cuando el domingo por la mañana, muy temprano, el dueño la sacó de la estantería, la puso encima de la cama y, con cuidado y cariño, fue metiendo en ella unos cuantos libros. Algunos le resultaban comprensibles porque estaban escritos en inglés, pero había otros que no podía leer, pues estaban escritos en una lengua que no había leído nunca; y luego metió también un vestido blanco largo y una banda de color verde doblados con mucho esmero. Después puso también en otro compartimento dos botellitas, una con agua y otra con vino y unos trocitos de pan redondos bien guardados en una cajita de plástico. Luego trajo una copa de metal y un platito envueltos en un paño y los colocó cuidadosamente al lado de las botellitas y con todo ello, me puso a la espalda y salimos de la casa.

La mochila estaba tan contenta y tan emocionada que no se lo podía creer. Hoy ella iba a ver lo que las sandalias le habían contado, lo difícil que era transitar en los caminos y lo interesante que era conocer nuevas personas que saludaban al dueño con cariño y le decían cosas en una lengua que la mochila no comprendía, pero veía cómo todos estaban contentos y sonreían.

Luego comenzó algo que la mochila nunca había visto. Desde la silla donde la habían dejado colgada, después de vaciar todas las cosas que llevaba sobre una mesa alta, iba viendo cómo las personas que estaban en la salita hacían la señal de la cruz y rezaban en una lengua que nunca había oído hasta entonces, pero que también su dueño hablaba, lo que la tranquilizó y la animó a seguir las cosas con atención. Escuchó que leían en inglés y luego la lengua que no comprendía; y luego el dueño, que se había vestido la bata blanca y llevaba la banda verde colgando del cuello, habló un rato a la gente. Les hacía preguntas y ellos respondían y todos estaban atentos y seguían con interés. Luego puso los trocitos de pan redondos en el platito que había preparado en casa y un poco de vino en la copa y siguió leyendo del libro que la mochila no comprendía y todos seguían con respeto y adoración. La mochila estaba impresionada de ver lo que estaba sucediendo, pues nunca se había imaginado algo así y lo que más le llamó la atención es que descubrió que esto iba a ser su nueva vida, pues su dueño se despidió de la gente hasta la semana que viene. La mochila comprendió ahora cual era su nuevo cometido y en qué iba a emplear su capacidad, sería la fiel amiga y compañera de aquel dueño a quien su antigua dueña le había confiado y así podía vivir una nueva singladura, muy distinta de la anterior, pero muy interesante, intentando comprender un poco de las nuevas palabras que las personas sonrientes pronunciaban y tratando de guardar igualmente los secretos que su nuevo dueño le confiaba.

Por la noche, de nuevo en la estantería y vacía de libros y bata blanca, soñaba recordando lo que había vivido durante el día y velaba el sueño de su dueño, esperando ser de nuevo puesta en movimiento hacia la gente sonriente con los que tanto había disfrutado.

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