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lunes, 20 de octubre de 2014

Otra historia con la mochila..

El Encuentro del DOMUND

Hoy se celebra el domingo mundial de las misiones y quiero contar algo que he vivido en primera persona en un sitio de misión.
Soy la mochila que sigue acompañando a mi dueño en los viajes que hace y hay algo que me llama la atención y es la dedicación y el cariño que pone en las cosas que mete en mi interior y cómo las cuida y las coloca con todo esmero y el tiempo que le dedica, lo que me hace pensar en lo mucho que le importa la gente con la que se va  a encontrar, pues siempre que me saca es para ir a visitar gente y celebrar y compartir con ellos su fe.
La cosa empezó ya ayer por la noche. Me tomó con delicadeza del sitio en la estantería que me tiene asignado, me puso cuidadosamente encima de su cama y comenzó colocando en mí unos libros, los mismos de la semana pasada y luego puso también la camisa larga que se pone cuando reza con la gente, bien dobladita y dentro de una bolsa de plástico, lo mismo que la banda verde que se cuelga por el cuello. Luego me volvió a mi sitio y allí pasé la noche en espera del viaje.
Pude observar que se pasa mucho tiempo escribiendo en su ordenador. He visto que hay muchas personas que le escriben y a las que suele responder a estas horas de la noche. Ya le he oído el comentario que es a esa hora cuando suele haber conexión en internet. Ayer me pareció ver que quería enviar alguna cosa y no lo pudo hacer. Vi su gesto de fastidio, pero escuché también su comentario sobre el saber ser paciente.
Hoy se ha levantado temprano, ha rezado un ratito y de nuevo me ha colocado con delicadeza encima de la cama y ha metido las cosas que quedaban. La copa y el platito eran los mismos que la semana anterior, pero los trocitos de pan eran más numerosos. Hace las cosas con tanto cuidado que me resulta una caricia muy agradable su contacto.
Me ha dejado un rato encima de la cama y luego ha venido a buscarme, me ha puesto decididamente a la espalda, ha ajustado la medida de las correas y hemos salido a pie hasta el cruce en el que hemos encontrado una moto que nos ha llevado hacia el destino.

El camino no es muy largo, pero tiene tantos baches que hemos estado continuamente saltando y veía cómo a esa hora temprana de la mañana ya mi dueño sudaba y su sudor caliente me llegaba a mojar.
Por fin llegamos al lugar. El que conducía la moto no sabía exactamente, pero mi dueño le indicaba el camino hasta llegar a un sitio donde había un grupo de gente reunida y que estaban cantando. Era una tejavana donde había unos bancos alineados mirando hacia una mesa cubierta con un mantel y en la que mi dueño me posó un momento, lo que tardó en vaciarme de libros, ropas y otros utensilios, para luego colgarme en el respaldo de una silla que estaba detrás de la mesa, desde donde podía observar bien a todos los presentes.
 Se saludaron en una lengua que yo no conocía pero que ya había oído la semana pasada y comenzaron a rezar también en esa lengua que para mí es nueva y que me va resultando atrayente sobre todo al ver que mi dueño también intenta conocerla.
La misa fue por sus cauces normales como la semana pasada, pero hoy la homilía fue más larga. Puedo decir que me gustó el tiempo que mi dueño dedicó a saludar a la gente y a hablarles del domingo de las misiones. Mediante diálogo llegaron a concluir que había que hacer conocer la buena noticia de Jesús a mucha gente y que el domingo que viene esperaba que hubiera mucha más gente, aunque yo pensaba que había ya bastante y además, le hicieron ver que no tienen iglesia, están en un hangar y esperan ayuda para seguir con los trabajos de construcción de una que han comenzado, pero que no avanza porque no consiguen fondos.
Desde mi posición privilegiada, detrás de la silla del cura,
puedo ver todo lo que pasa en la celebración...

Mi dueño les animó a seguir y les dijo que en otros sitios tienen los edificios y no hay gente y aquí que tenemos gente, nos falta el edificio… Esto lo dijo sonriendo y acabó con unas palabras de ánimo para seguir adelante en el empeño.
Luego vino la colecta que hoy era especial y sacaron bastantes billetes. Yo como los vi amontonados no los puede contar, pero me parecieron muchos y mi dueño les dijo que irían a Roma y que desde allí los distribuirían según las necesidades.
También hubo una cosa que me llamó la atención, pues en el momento de presentar la colecta, se añadieron a la procesión, muchos de los presentes, hombres y mujeres, que traían ofrendas de lo que ellos cultivan en el campo. Se las presentaban a mi dueño y luego las fueron poniendo todas alrededor de la mesa y al final mi dueño les dio las gracias a todos y les bendijo antes de que volvieran a su sitio.
Procesión de ofrendas... Presentan nas hermosas papayas...

Siguió el momento en que mi dueño leía, no sin cierta dificultad, del libro que yo no comprendo y que la gente seguía con devoción y luego vinieron muchos a buscar el trocito de pan que recibían en la mano y llevaban a la boca con respeto. Eran muchísimos más que los que lo habían hecho la semana pasada en el otro sitio y mi dueño estaba contento viendo venir a tantos.
Después de un ratito de silencio, mi dueño, les animó a dar gracias a Dios por lo que juntos estaban viviendo y les invitaba a soñar en algo muy grande que unidos podrán construir. Y la gente estaba contenta y al final aplaudieron y luego le presentaron a los responsables del grupo y después hicieron otra colecta para seguir con los trabajos de construcción de la iglesia que tienen en los cimientos y después de darles la bendición se fueron, pero algunos se quedaron y hablaron un rato de lo que tienen allí, los grupos y sus responsables y la preocupación que tienen de la iglesia, que no avanza porque no tienen fondos y del miedo que tienen a que llegue el ébola y de otras cosas más.
Mi dueño estaba complacido del contacto con esas personas y ellos también estaban alegres y después de recorrer los sitios que hay construidos, una escuela, que ahora está cerrada; una casa que sería para el cura y la iglesia comenzada a construir, se despidieron y prometieron encontrarse durante la semana para enseñarle planes y planos de lo que tienen entre manos.
De nuevo volvimos a la ciudad en la moto y con los baches. Cuando llegó a casa mi dueño sacó las cosas de la mochila, se cambió de ropa y la llevó toda, camisa larga incluida, a la lavadora, pues todo estaba empapado de sudor.

A mí me volvió otra vez a mi sitio y desde allí sigo observando su trabajo, el tiempo que dedica a leer y rezar y la relación que tiene con muchas personas a través del correo, aunque no siempre funciona y luego, cuando duerme, le veo que a veces sonríe y sueña. Todavía no he podido saber con quien sueña, pero imagino que será con las personas que ha encontrado durante el día y a las que ha prometido su oración y su recuerdo ante el Señor.

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