Es domingo
y me ofrecen ir a misa a la parroquia. Voy con Paul, uno de los curas de la zona
de Bo, quien me invita a presidir. Hay una comunidad numerosa y muy viva que se
reúne, prepara las celebraciones y participa activamente en ellas. El coro
formado por unos cuarenta miembros, la mayoría gente joven, anima y sostiene la
participación de todos. Estamos tres horas justas de reloj. La celebración es
festiva y las cosas se hacen con la calma africana que te hace volver otra vez a
los valores de “sin prisa” que nos pueden faltar en otros sitios.
La tarde
es tranquila. Duermo un rato. Hace calor y hay mucha humedad que acaba en una
lluvia. También tengo que recuperar el ritmo africano y rehacerme del acarreo de
maletas. Después de la oración de la tarde y la cena compartimos un rato de
encuentro y el chocolate que he traído desde España y que a todos nos
gusta.
He
enviado unos pocos correos para dar la noticia de mi llegada sin problemas y
para tranquilizar a todos.
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