La noche ha sido
tranquila, pero no dormida, aunque me encuentro más en forma de lo que me
esperaba. Los otros han ido a trabajar con los jóvenes del grupo misionero a la
finca y hacen una cuarentena de personas. La limpieza avanza, pero la finca es
enorme a la hora de limpiarla. Esperemos que alguna vez se acabe.
Me quedo en casa y a las nueve me viene a ver el catequista de Mattru con
otros dos señores para hablarme de la disponibilidad del terreno que buscamos en
ese pueblo para la futura parroquia. Primero quieren enterarse de los objetivos
y luego decidir. Una vez que hablamos las cosas están claras y parece ser que
van por buen camino para la obtención de los terrenos.
Mientras
hablamos, Uba, aparece a buscar alguna cosa y les habla en el mismo sentido. Así
ven que estamos de acuerdo y que buscamos terrenos para una nueva parroquia algo
que le corresponde a la diócesis la gestión.
Sin acabar
la reunión, el profe de lengua se presenta y seguimos la clase una vez
despedidos los visitantes de Mattru. Logro seguir con facilidad y no me siento
cansado y hasta yo mismo me admiro de lo que resisto. Trabajamos más de dos
horas y estoy en el tema sin dificultad.
Después de
la clase vamos a misa y los que vienen de la finca están muy cansados, pues el
trabajo ha sido intenso. La comida y la siesta ponen fin a una mañana en la que
el paludismo no ha hecho sentir sus efectos.
Por
la tarde estamos ansiosos por ir a ver a la gente de los pueblos, pues desde la
semana pasada no tenemos noticias de ellos y deseamos saber en qué situación se
encuentran. Hoy nos acompaña Donald, pues Uba tiene problemas
estomacales.
La
llegada al primer pueblo, Valehun, no nos aclara mucho las cosas, pues los
conocidos que encontramos no saben nada sobre lo que pasa en el siguiente, pero
por lo menos ellos están tranquilos y nos esperan para rezar a nuestra vuelta de
Cassama.
A la
entrada de Cassama nos encontramos con alguien de los que vienen a rezar que nos
saluda con cariño, pero también vemos la cinta roja alrededor de una de las
casas cercanas, lo que nos hace pensar en lo peor… Pero nuestro amigo nos dice
que están en cuarentena, pero que parece que no es ébola porque el enfermo que
ha sido llevado al hospital no ha muerto…
Estamos
aliviados, pero seguimos con la duda y a la espera de la confirmación de algo
que debería hacer sido confirmado hace tiempo, pero que aquí las cosas van
despacio y, mientras hay vida, hay esperanza.
El campo de fútbol al lado de la escuela sigue vacío, lo que nos dice que
la cosa no está clara y cuando recorremos el pueblo saludando a la gente vemos
que las casas siguen con el precinto, que es una cinta roja alrededor de la
casa, algo tan frágil como ineficaz a la hora de proteger o aislar. Además,
perece que la gente que está aislada, puede ir a las fincas a buscar alimentos,
pues tampoco se los traen desde la administración.
El paseo
que damos por el pueblo se hace un poco dramático frente a una de las casas con
la cinta roja alrededor. Allí están varios de los jóvenes que trabajan en el
hospital como ayudas y con los que organizamos los deportes para los chavales.
Tanto ellos como nosotros somos conscientes de la situación. Nos acercamos a la
cinta, pero ni ellos ni nosotros vamos más lejos de la prudente distancia.
Se
les ve ansiosos por acercarse a nosotros y lo mismo nosotros a ellos, pero todos
nos contenemos y guardamos las distancias. Les damos palabras de ánimo, que
ellos agradecen y les decimos que esperamos vernos dentro de dos semanas, ya que
el gobierno ha dicho que entre navidades y año nuevo las reuniones y encuentros
están estrictamente prohibidos.
Seguimos dando la vuelta al pueblo para saludar a la gente, entre ellos a
la jefa, una señora musulmana, que siempre nos recibe amable y con una sonrisa.
Vamos hasta el río, la visita obligada en el pueblo, que ahora va mucho más bajo
y vemos las redes de pescar que utilizan para los peces y los huertos que han
comenzado al borde del cauce.
El
tiempo se va pasando y volvemos hacia la escuela, donde rezamos. Hay un grupo
muy reducido, la cuarta parte de los que solíamos ser otras veces. El pueblo
está bastante vacío. Alguien nos dice que la gente está en las granjas. Pensamos
que han ido a trabajar o también huyendo de lo que temen… Los que estamos,
tratamos de animarnos y, después de un momento de intercambio, cantar, pero los
que tocan los instrumentos no están, lo que hace un poco menos fácil la
situación.
Nos
animamos mutuamente y nos prometemos rezar unos por los otros y volver a vernos
dentro de dos semanas, pues el viernes que viene, por estar entre fiestas, no es
el mejor momento para viajar, ya que desde la administración no está recomendado
en esos días… Y es que tenemos que tener en cuenta que otros años por estas
fechas, todo el mundo estaba en fiestas y celebraciones, en especial en la
capital, cosa que ahora con la enfermedad, se trata de evitar contactos a toda
costa.
Al final habían ido
llegando algunos más, especialmente niños y el grupo que nos despide está más
contento y animado, deseándonos buen viaje de vuelta.
En Valehun
las cosas están tranquilas. Han hecho la oración por la mañana y hoy aparece el
que ha dado los materiales para hacer la iglesia, es Daniel, alguien del pueblo,
pero residente en otro sitio lejos de aquí y a quien saludamos cordialmente.
Está encantado de ver cómo la comunidad cristiana ha crecido y tiene actividad y
ha prometido hacer la iglesia más grande. Dice que ya tiene los materiales. Se
lo agradecemos mientras vamos rezando y cambiando noticias.
La comunidad ha hecho un campo de mandioca y van a trabajar juntos y
también han ayudado a alguien que tenía dificultades, cosa que todos aplauden
cuando les felicito por el trabajo que hacen. Los niños están afuera haciendo
animación mientras los adultos rezamos dentro. Es de noche y el tiempo se pasa
con rapidez. Les decimos lo mismo que a los del otro pueblo. No vendremos el
viernes. Les cuesta pensar en que no estemos para las celebraciones, pero les
hacemos ver lo que la administración ha decidido y todos nos despedimos
deseándonos buena navidad y fin de año.
A nuestra vuelta
sentimos una sensación de alivio, aunque no completo, por la falta de
confirmación de noticias de que el caso sea o no ébola, pero por lo menos si la
persona sigue viva, algo nos dice que no sería la terrible enfermedad. Le damos
gracias a Dios rezando el rosario y pidiendo que nos ayude a todos a vivir esta
navidad cercanos a los que nos necesiten.
En
casa cenamos y, como ya llevamos dos días enteros sin luz, lo hacemos con el
grupo electrógeno a la espera de que alguna vez vuelva la corriente. Me siento
cansado y abatido, pero es normal estando saliendo del paludismo. Ceno con
esfuerzo, pero no tengo problemas digestivos, cosa que antes cada vez que había
paludismo era lo normal y tenía que recibir la medicación
intramuscular.
Veo el
correo y la prensa y me acuesto esperando poder dormir y descansar para mañana
estar en forma, a la vez que le doy las gracias a Dios por todo lo que me ha
permitido hacer hoy, pues a pesar del paludismo he hecho vida casi normal.
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