Uba va a
Tikonko, preparando las cosas para la próxima inauguración de la nueva iglesia y
yo voy a Mattru. El camino está practicable y la moto me lleva sin
problemas.
Iglesia de Tikonko |
Llego
temprano pero ya hay gente esperando. Voy saludando a cada uno de los presentes
personalmente y otros se van sumando. El número está alrededor de los doscientos
cincuenta presentes con un buen porcentaje de niños.
En el
momento de la homilía los niños van a la sala de clase, lo que me permite hablar
con mayor libertad a los adultos. Hoy tengo el cuentecito que también utilicé
ayer con las parejas, de los pájaros emigrantes, cosa que siguen con atención,
lo mismo que la consigna de que la misa empieza cuando abandonamos el sitio
donde rezamos y dura hasta la próxima semana que nos encontraremos de
nuevo.
Me prometen
hacer alguna cosa concreta, en particular en los barrios con la gente necesitada
y les digo que espero que me cuenten lo que han hecho la semana que viene. El
adviento ha comenzado y les he invitado a hacer algo concreto por los que tienen
necesidad; lo mismo que esta semana se nos invita a velar, la semana pasada se
nos decía qué tenemos que hacer en la vela: ver las necesidades del
otro.
La
vuelta a casa ha sido una suerte, pues una moto que iba en dirección contraria
me ha dicho que espere que viene a buscarme. Era el constructor de la iglesia
que iba en busca de algunas cosas a su pueblo y que me la envió amablemente
cuando ya había andado unos veinte minutos, pues hoy había pocas motos
disponibles.
La
tarde ha sido tranquila. Ha muerto el padre de un salesiano aquí en la ciudad y hay las visitas de rigor.
También está nublado y acaba lloviendo un rato. La casa está vacía sin la
presencia de los jóvenes que hasta ahora la llenaban de vida, pero estamos en
otra nueva etapa y las cosas serán diferentes, pero sabiendo que Dios sigue
presente en nuestras vidas.
También el último día del mes nos acordamos de Don Bosco y le pedimos su
ayuda.
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