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sábado, 1 de noviembre de 2014

La reunión de los monaguillos de Mattru "vista por la mochila"

Hoy he tenido un viaje que no me esperaba. Cuando estaba tan tranquila en mi estantería pensando en el fin de semana que se nos presenta, mi dueño entró en la habitación, dejó el libro que acaba de comenzar a leer encima de la mesa y se dirigió a mí, me tomó con decisión y me puso sobre la cama.
Yo entre sorprendida y contenta, me preparé para salir. Mi dueño metió en mí unos libros, una linterna, una camiseta de repuesto y la cámara de fotos; luego me uso a la espalda y salimos andando, pues el coche está de viaje.
En cuanto llegamos al cruce del camino, tomamos una moto y mi dueño le dijo: “vamos a Mattru”. El de la moto no sabía muy bien el camino, pero siendo un viaje aceptó encantado y mi dueño le iba indicando el camino.
Cuando llegamos había un grupito de niños y niñas que vinieron a saludarnos y luego fuimos a la tejavana, el sitio donde ya me habían llevado otra vez a misa y allí empezaron los que iban con mi dueño a hablar con los muchachos y a  explicarles cosas  de ceremonias que se hacen en la iglesia y también les hacían preguntas. Yo estaba interesada en aprender los nombres que les iban explicando a los monaguillos, pero mi dueño me llevó a dar una vuelta por los alrededores.
 Primero estuvo haciendo fotos de lo que es la iglesia que está en construcción. Le vi que tomaba medidas y hacía cálculos; y cuando acabó allí se fue a unas casas cercanas y allí había un grupo de niños a los que había saludado antes y les invitó a venir con él. Los niños obedientes como corderitos, le siguieron en silencio hasta que llegaron al sitio donde estaban los otros y se sumaron al grupo. Ahora sí daba la impresión de que eran muchos, pues habían aumentado con las recientes incorporaciones.
Iglesia de Tikonko en construcción
Mi dueño siguió dando vueltas por el terreno y haciendo fotos mientras los otros estaban con los monaguillos. El tiempo se nos pasó muy rápido, pues estábamos todos atentos a las explicaciones que se daban y luego seguían los ensayos de lo que se había explicado.
Se puso muy oscuro y acabó rompiendo a llover y lo hizo durante un buen rato. Yo seguía a la espalda de mi dueño y veía cómo ensayaban primero un grupo, luego otro, las ceremonias de la misa. También había sitios donde había goteras.
Cuando acabamos había oscurecido y se dieron cuenta de que ya no había motos para hacer de taxi, pero alguien nos dijo que había un taxis cerca y acabamos yendo y nos pusimos de acuerdo en el precio que nos iba a cobrar para llevarnos a casa.
Como era de noche no pude ver todo lo que pasaba detrás del coche, pues mi dueño se había colocado en el asiento al lado del conductor y los otros detrás, pero alguien le dijo que el chófer llevaba a miembros de su familia en la parte de atrás del coche. Como era de noche no podía ver lo que pasaba, pero tenían conversación animada que llegaba a través de la música muy alta de los altavoces del coche.
Los Monaguillos en clase de preparación para las ceremonias

La salida fue original, pues pasamos por un camino que acababan de preparar y como la tierra estaba blanda y acababa de llover, nos deslizábamos por todas partes. Y mi dueño dijo que era una lástima que era de noche y no salían bien las fotos…
Empezamos a recorrer el camino lentamente y evitando los muchos baches llenos de agua y en un momento dado, no lejos de la llegad al asfalto el chófer dijo que ya no nos podía llevar más. Había llegado hasta un sitio que me pareció que era su casa y ya no quiso ir más lejos. Los que estaban con mi dueño le preguntaban cosas en voz alta, pero mi dueño llamó a uno y le dijo que no discutieran, que ya habíamos tenido mucha suerte encontrando quien nos sacara hasta allí y empezamos un recorrido a pie en la noche. Había muchos charcos, pero había dejado de llover y a la luz de la linterna se podía recorrer bien el camino.
Los Monaguillos ensayando las ceremonias litúrgicas

Por fin llegamos al asfalto y allí se pasaron un buen rato con el chófer de otro taxi para arreglar el viaje hasta casa, pero llegado cerca de casa, donde se acababa el asfalto, el taxista dijo que el trozo que quedaba estaba en mal estado y que él no se metía por allí. Nos bajamos y volvimos otra vez a recorrer el camino lleno de charcos hasta que llegamos a casa.
Yo estaba contenta de la salida y de ver a los que venían con mi dueño que estaban contentos y hablaban de lo que habían hecho con entusiasmo y a mí me pareció muy bonito el que estuvieran satisfechos del rato que habían estado con los chavales.
Cuando llegamos estábamos a oscuras. Mi dueño encendió la linterna para entrar, me dejó encima de la cama y enseguida oí el ruido del grupo electrógeno y se encendió la luz. Se pusieron a cenar y pude seguir la conversación porque la puerta de la habitación estaba abierta.
La conversación era animada y hablaban de lo que habían hecho con los chavales, del viaje y las aventuras con los taxis, de lo importante que es leer libros y se estuvieron un buen rato en animada conversación, aunque a alguno se le cerraban los párpados.

Yo seguía con interés lo que decían  y escuchaba a ver si decían algo de una nueva salida, pero acabaron hablando de cómo vivir mejor la misa de mañana y después de lavar los platos se fueron y apagaron el generador y ni dueño, a la luz de la linterna sacó lo que había metido en mí y me volvió a mi estantería. Desde allí pude ver que estaba escribiendo en el ordenador y que de vez en cuando me echaba una mirada complacida. Luego apagó el ordenador y se fue a dormir y más tarde, cuando vino la luz, se levantó de nuevo y siguió escribiendo durante un rato y como había llovido hacía fresquito y no se sudaba y mi dueño me dirigió una última mirada y se fue a dormir de nuevo. Yo desde mi atalaya, sigo su sueño y me prepara para la salida del fin de semana.

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